El síndrome de Hubris en el fútbol
Tanto los fríos intensos como los calores agobiantes suelen acompañar un período muy importante en la vida de los equipos: las pretemporadas. Más allá de cuestiones climáticas, los momentos de receso competitivo suelen ser aprovechados por los máximos responsables de los clubes para delinear el futuro.
Altas y bajas de jugadores, ampliación o reducción del número de colaboradores y los ajustes necesarios de la metodología de acuerdo a las evaluaciones que se lleven a cabo.
En todos esos procesos quedan al descubierto las relaciones de poder internas. Se generan dinámicas de negociación, de acuerdos y enfrentamientos propios según sean los gustos, las opiniones o los objetivos que se busquen.
En determinadas organizaciones son pocas las personas que detentan el poder de decidir. Generalmente las cuestiones más sensibles suelen ser resueltas por un núcleo reducido de personas.
En el fútbol profesional los “managers”, los directores deportivos o los secretarios técnicos son los responsables de tener que tomar ese tipo de decisiones luego de abrir (o no) las posibilidades a los demás actores con cierto poder dentro de las instituciones.
En nuestro entorno, los presidentes, los técnicos históricos, ex jugadores respetados o líderes varios dentro del organigrama institucional, son ejemplos de quienes toman uno u otro camino.
Su opinión pesa a la hora de los movimientos. Y es en esa situación en donde se genera las condiciones necesarias para que un síndrome muy conocido en entornos de poder, haga su aparición: el síndrome de Hubris.
“El poder es dulce, es como una droga y el hábito incrementa su deseo. El poder intoxica” dijo alguna vez Bertrand Russell.
Hubris es el término griego con el que se conceptualiza la desmesura, un orgullo o confianza en sí mismo muy exagerada, especialmente cuando se ostenta poder.
En la Grecia antigua, se decía que los que robaban la escena en el teatro sufrían de Hubris, y en la filosofía se hablaba de Hubris como de una forma de humillar a una víctima por el puro placer de hacerlo.
En la actualidad se habla del Hubris como un “estado mental, un trastorno de la personalidad adquirido en el ejercicio del poder y que, aunque tiene rasgos de patología, no entra en la categoría de enfermedad” según definió Sir Lord David Owen, neurólogo inglés que fue ministro de salud de su país y estudió la aparición del síndrome en personalidades como Tony Blair y George Bush.
En ambos casos el especialista detectó un narcisismo desmedido y hasta cuestiones místicas cuando describe que, según palabras del ministro Blair, fue Dios quien les dijo a él y a Bush que invadan Irak.
La aparición de este síndrome se relacionaba a esferas donde el poder es alto y notorio (gobiernos, corporaciones, etc.) pero con el correr del tiempo se ha hecho presente en multitud de campos, desde los más tradicionales como la política a las finanzas.
Y, si tenemos en cuenta que toda relación humana es una relación de poder, se puede identificar la presencia de ese síndrome en más ámbitos, entonces, como los clubes; donde también se suelen generar conflictos cuando el Hubris aparece.
Un rasgo de la aparición de este síndrome son los contrapuntos que se generan entre directivos y jugadores, entre directores técnicos y directivos o entre jugadores de un mismo equipo que dejan al descubierto los estratos de poder en esas relaciones.
Hace algunos días, por ejemplo, Juan Antonio Pizzi -el nuevo entrenador de San Lorenzo- les comunicó a varios jugadores que no iban a ser tenidos en cuenta. Si bien es común en el fútbol que se den estas situaciones, las mismas son una muestra cabal e inmediata del poder que relaciona a los integrantes de un equipo profesional: los jugadores como elementos, como útiles, a la idea de juego o gustos personales del director técnico.
Este tipo de relaciones es ampliamente avalado en el ambiente futbolístico, y casi podríamos decir, deportivo. Se necesita constituir un equipo, un grupo con un objetivo en común, y entonces ahí aparece el peso de la figura del director técnico, el manager, o el secretario técnico para incorporar las “piezas” que consideran necesarias.
Todo este proceso suele realizarse luego de una serie de negociaciones internas en donde esas relaciones de poder cumplen una función importante.
De acuerdo a los especialistas, al Hubris se lo remedia cuando la persona que es víctima de él abandona el cargo del cual absorbe el poder.
Pero en muchos casos esa posibilidad es inviable por varias cuestiones. Es importante, entonces, que las personas que interactúan dentro de las instituciones estén atentas a su aparición.
No solo para evitar que las relaciones personales salgan dañadas, como consecuencia de un Hubris muy elevado, sino para que esas mismas instituciones que contienen a las personas con el síndrome muy desarrollado no se resientan por las decisiones que los poderosos tomen.
¡Hasta la próxima!
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