J. L. Borges, Carlos Pagni y la neogobernabilidad de Milei - Pablo Ferro

J. L. Borges, Carlos Pagni y la neogobernabilidad de Milei - Pablo Ferro

 

 

 

 

por Pablo Ferro

Carlos Pagni, en El nudo, disecciona con bisturí la anatomía de un sistema político argentino atrapado en sus propias contradicciones.

El “nudo” que da título a su libro no es sólo una metáfora: es una red de complicidades, temores, simulacros de poder y estancamiento institucional.

A lo largo de sus páginas, Pagni describe una democracia sin deliberación, donde el conurbano bonaerense opera como epicentro de una política de encierro, asistencialismo y simulación. 

Ante este panorama, la llegada de Javier Milei en 2023 representa un intento violento por cortar ese nudo.

El nuevo presidente irrumpe como un "bárbaro" —en el sentido borgeano—, ajeno a las reglas del juego, decidido a desmontar los mecanismos que durante años sostuvieron al sistema.

Borges escribió alguna vez: “Nadie rebaje a lágrima o reproche / esta declaración de la maestría / de Dios, que con magnífica ironía / me dio a la vez los libros y la noche” (“Los dones”, El Hacedor).

En esa dialéctica de regalo y castigo, podría leerse también el ascenso de Milei: elegido por el sistema, pero para dinamitarlo desde adentro.

Sin estructura partidaria propia ni respaldo parlamentario claro, Milei comienza a construir su gobernabilidad desde otro lugar: el interior del país.

Lejos del conurbano, el presidente encuentra en los gobernadores provinciales una vía alternativa. Se trata de una alianza pragmática, basada en la necesidad mutua: los mandatarios buscan recursos; Milei, respaldo legislativo. Así se configura una lógica inédita en la política argentina reciente: el poder se descentraliza, se desconurbaniza.

Esta “desconurbanización” es más que una geografía: es el intento de desmontar una lógica de poder basada en la concentración del gasto social, el clientelismo y la dependencia de los aparatos territoriales.

Borges, en “Fundación mítica de Buenos Aires”, nos dice: “Acaso en aquel tiempo era Buenos Aires / la casa, el barrio, la humilde costumbre / de la tarde y la calma y la lectura”. En ese verso se plasma una ciudad fundacional, anterior al laberinto conurbano.

El modelo de Milei parece querer regresar a esa idea de país descentralizado, donde el interior tiene voz propia y no gira en torno a los anillos de la General Paz.

En su giro hacia el interior, Milei también parece interpretar otra intuición borgeana: “Somos el tiempo. Somos la famosa / parábola de arena. Somos el agua, / no el diamante duro, la que se va” (Otro poema de “Los dones”).

Hay una conciencia de fugacidad en su estrategia, de que su momento es breve y debe aprovecharlo. De ahí su insistencia en avanzar por decreto, forzar reformas y presionar al Congreso desde la opinión pública.

 

Pagni lo advierte: esta forma de gobernar es precaria, fragmentaria, pero también disruptiva. En lugar de un bloque de poder consolidado, Milei teje alianzas móviles, fugaces, casi tácticas. Y sin embargo, el efecto es real: los viejos actores pierden centralidad, y se impone una nueva conversación política, más abierta, aunque también más inestable.

Borges escribió en “El Golem”: “¿Quién nos dirá las cosas que sentía Dios, al mirar a su rabino en Praga?”. La pregunta se puede trasladar a este momento argentino: ¿qué pensará el sistema al verse gobernado por su propio experimento fallido?

Milei, como el Golem, es creación y amenaza a la vez. Su figura condensa la ira del desencantado, la urgencia del reformista y la voluntad del hereje.

En conclusión, la Argentina atraviesa un momento de redefinición profunda.

El nudo de Pagni nos muestra lo que fue; la gestión de Milei ensaya lo que podría ser. El cruce con Borges no es forzado: sus poemas ofrecen una lente para pensar lo eterno en lo coyuntural, lo trágico en lo político.

En palabras del propio Borges, “el futuro es inevitable y preciso, / pero puede no ocurrir”.

El desafío argentino, una vez más, es decidir si ese futuro será laberinto o salida.