Los Romeros y la legitimidad del poder
El árbitro del partido pita el final del primer tiempo. Los jugadores se reúnen en un sector de la cancha, esperando a los que ocupan las posiciones más avanzadas del campo, para salir juntos hacia el vestuario.
Al llegar, el técnico conversa con los ayudantes. Cuando pasaron tres minutos del ingreso, el conductor explica cómo van a encarar la segunda parte del partido que, a esa altura, se había complicado un poco. “Vamos a hacer dos cambios” comienza su alocución. “Arias y Gaich van por Fernandez y Romero” dijo y se dio vuelta a diagramar en un pizarrón el nuevo planteo.
Pero a Romero, a Óscar, no le gustó salir. Entonces miró a su hermano mellizo, con el que comparte plantel y travesuras desde chico, y le levantó las cejas, despreciando lo que acababa de anunciar el director técnico. Ángel, el otro Romero, el que se iba a quedar en cancha, tomó valor y, como en su Paraguay natal cuando justificaba las macanas que se mandaban, dijo “mal cambio, jefe”.
Al escuchar esas palabras, el director técnico dejó a medio terminar el esquema en el pizarrón, se dio vuelta y le pidió que repitiera lo dicho pero esta vez más fuerte. Y Ángel volvió a la carga “que es un mal cambio, dije” y lo hizo con la entonación suficiente para que todas las letras sonaran bien pronunciadas.
En el aire del vestuario se respiraba una actitud desafiante, otra crisis de legitimidad al poder del entrenador de turno tan común en nuestro fútbol. Y la misma se resolvió como suele acontecer en esos casos: ambos hermanos se quedaron fuera del equipo que entró a disputar los segundos cuarenta y cinco minutos del partido. Porque el que decide las cosas del equipo es el DT.
El episodio de los Romero contra Diego Monarriz, el ahora ex técnico de San Lorenzo se desparramó por numerosos medios. Redes, prensa nacional e internacional. Los programas deportivos llenaron las tertulias gritonas sobre el caso. Otra vez una de las miserias del fútbol argentino.
En julio del 2014, en plena fiebre mundialista, criticábamos la acción de Ezequiel Lavezzi. Mojar a Alejando Sabella cuando se acercó a recibir indicaciones en pleno partido, se convertía en un mal ejemplo de la relación profesional que tiene que existir entre un técnico y un jugador.
El conflicto registrado en Córdoba, más allá de que luego fue subsanado por el máximo responsable del club, también deja en evidencia las crisis de legitimidad que sufren algunos entrenadores. Especialmente en nuestro fútbol, en donde la relación entre ambas partes se caracteriza por una asimetría notoria.
Las subjetividades (un tema recurrente en este espacio) erosionan las relaciones de poder que se dan en el interior de los equipos, basándose en apreciaciones personales que legitiman (o no) la capacidad de los técnicos de acuerdo a si el mismo tuvo más o menos éxito hasta ese momento.
Los Romero, o cualquier otro jugador, ¿cuestionarían de la misma manera la decisión si el que la proponía era un DT como Guardiola, Mourinho o Klopp, por ejemplo?
Tal vez ellos pensaron que contrariando a un DT novato se erigían como referentes del plantel, otro lugar desde donde ejercer cierto poder, cierta ascendencia, obtener beneficios, etc.
Cada vez que surgen estos temas, se vuelve sobre el concepto de poder y la autoridad y legitimidad que se desprende del mismo.
La autoridad del poder, sin entrar en tanto detalle, es la que nos hace respetar leyes y acatar órdenes, por ejemplo, para evitar un castigo posterior. La legitimidad, el otro pilar donde se apoya el poder, es el tópico que más interesa para focalizar este caso. Como ejemplo de legitimidad podemos tomar la de un paciente con el médico.
Uno se somete naturalmente como paciente al poder de un médico, por ejemplo, porque lo que constituye su legitimidad (años de estudio, especialización, reputación, etc.) Pero, también, por el desconocimiento que tenemos de la actividad. Si desde nuestro lugar no podemos discutir si es mejor tomar una aspirina que un jarabe ¿por qué en el fútbol ponemos en igualdad de condiciones a un jugador experimentado que a un DT bien preparado? El éxito deportivo no puede prevalecer sobre el conocimiento y la dedicación. Puede ser un plus, pero nunca reemplazarlo.
Así la legitimidad de poder no debe estar constantemente revalidada y sostenida desde los estamentos más altos de la institución, ejerciendo la autoridad del poder.
¡Hasta la próxima!
Comentarios (0)
Comentarios de Facebook (0)