ALQUILERES - Los expulsados del paraíso

ALQUILERES - Los expulsados del paraíso

La crisis habitacional en El Calafate no cede y se agrava

 

 

 

 

 

 

 

 

Por Pablo Ferro

 

Quién no conoce a alguien con problemas de vivienda en El Calafate. Alguien que se tuvo que ir, alguien que no pudo quedarse. Porque no hay alquileres, porque los alquileres son impagables. Porque no tengo garante, ni sueldo en blanco. Porque vengo sólo por la temporada. Porque tengo hijos, porque tengo mascotas. Porque soy muy viejo, porque soy soltero, porque soy mujer, porque soy muy joven. Por lo que sea que habito el limbo de los sin casa.

El censo nacional de 2022 indica que en el Departamento Lago Argentino existen 9499 hogares. Acota, por su parte, Ángel Serra que en esta misma región: “(...) el 49,1% de las familias son inquilinos, esto es, uno de cada dos grupos familiares alquila la propiedad en la que vive (…) Este porcentaje (el más alto de Santa Cruz que a su vez es la tercera provincia en cantidad de inquilinos detrás de Ciudad de Buenos Aires y Tierra del Fuego) excede en casi 15 puntos el promedio nacional del 35%”.

El Calafate parece haber mutado en una ciudad que expulsa. Por la vía crucis de la falta de inversión pública en vivienda en conjunción con una caída pasmosa del poder salarial del sector turístico.

Desde lo político rige la emergencia habitacional. La Ordenanza del Honorable Conejo Delirante que declaraba esa emergencia (N° 834/04) sin apuntar ninguna medida concreta, relevamiento ni plan de gestión, estuvo vigente hasta 2023, año en el que, por presión electoral, fue reemplazada por una nueva Ordenanza (N°2372/23) que vuelve como en eco a declarar lo mismo: la emergencia habitacional. Un curioso ejemplo de técnica legislativa redundante, sin mayor efecto en la realidad. La crisis en cuestión ha persistido en agravarse. Amén de existir planes de vivienda, que en los hechos han sido copiosamente insuficientes.

La casa, podríamos decir, es el centro operativo del sujeto contemporáneo, invirtiendo la lógica del mundo antiguo. Pensemos que “economía” es una palabra griega “οἰκονόμος” que significa "administración del hogar"; “οἶκος” es “casa”, “νόμος” es la regla, la ley. La economía era un asunto privado en la antigüedad, de puertas para adentro. Hoy lo privado es lo público, y la casa es condición necesaria para la ciudadanía efectiva, incluso es un derecho constitucional, el derecho a la "vivienda digna" del celebérrimo artículo 14 bis. Pero la dignidad no viene servida en bandeja, la dignidad se conquista o no existe.

Podríamos decir acaso que la casa, el hogar, es el punto de equilibrio, el origen del despliegue de cualquier proyecto vital. No soy, si no me despliego y repliego en mi propio espacio, y mi existir se mide por esa capacidad de apropiación territorial. Cierto es que el espacio propio no deja de ser una ficción jurídica. Pero la entera vida humana se estructura sobre este tipo de ficciones.

No hay nada más esotérico y litúrgico que una escritura dominial, y de hecho el escribano despliega sus saberes en el terreno de la fe. Acaso lo social sea una mentira blanca. Pero al ser animales políticos, es decir, sociales, esas mentiras forman parte de nuestra segunda naturaleza. Para decirlo con Ortega, no hay un yo sin circunstancia, y la vivienda es no menor parte de nuestra circunstancia.

Vemos entonces un espacio que implosiona en lugar de partirse, repartirse y dilatarse. Ese espacio cada vez para más pocos se llama El Calafate. Habrá que evocar a Macedonio Fernández, que, cuentan, alguna vez dijo: "En aquella fiesta había tantos ausentes que, si faltaba otro más, no cabía". Y no cabemos.