Re Partidos

Re Partidos

Una mirada reflexiva sobre la actualidad política institucional de representación ciudadana en el gobierno… o casi.

 

Ha señalado Andrés Malamud: “En el siglo XXI Los partidos políticos son sellos de goma, organizaciones electorales. Ya no son comunidades ideológicas, eso quedó en el pasado. De ser una herramienta para representar a la sociedad en el Estado, se han transformado en una herramienta del Estado para gobernar a la sociedad”.

El enfoque es de arriba hacia abajo. Porque abajo hay caos, es decir: colapso identitario colectivo, y por lo tanto, implosión de intereses contrapuestos.

Según Peter Mair (2013), la erosión de las lealtades partidarias tradicionales ha reducido la afiliación y participación en los partidos políticos. La disminución de la identificación con un partido específico ha afectado la cohesión interna y la capacidad de movilización, transformando a los partidos en meras máquinas electorales.

La profesionalización de la política los ha impactado significativamente, han evolucionado hacia "partidos cartel", según Richard S. Katz y Peter Mair (1995). Las élites políticas se concentran en controlar el aparato estatal y gestionar recursos públicos, desconectándose de la base social y reduciendo su capacidad de representar efectivamente a los votantes. Casta y rosqueo.

Las nuevas formas de participación política, facilitadas por las tecnologías digitales y redes sociales, han contribuido al declive de los partidos tradicionales. Manuel Castells (2012) sostiene que las redes sociales permiten la organización de movimientos sociales y protestas que desafían a los partidos establecidos.

En el escenario nacional vemos claramente a partir de 2015 la emergencia de gobiernos híbridos basados en coaliciones evanescentes, con plataformas electorales ajustadas al marketing del momento.

Esta correlación de fragilidades antes que correlación de fuerzas, en conjunción con ideas poco claras y horizontes de opacidad creciente, provocan desilusiones mayúsculas. Son los mismos de siempre, es la casta, y un largo etcétera de muy legítimas quejas. La emergencia de líderes disruptivos responde a esta falta de Norte. Pero esos líderes, una vez en el poder, se nutren de rosqueo y de casta para sobrevivir en el gobierno.

Santa Cruz ha sido desde 1983 en adelante una provincia peronista. ¿Qué es el peronismo? Esa pregunta ni ChatGPT la puede responder. Pero es interesante que haya sido caracterizado como un movimiento antes que como un partido.

El peronismo no es monolítico; dentro del movimiento existen diversas corrientes y facciones que van desde la izquierda progresista de, por ejemplo, Juan Grabois, al peronismo conservador de un Miguel Pichetto.

Esta diversidad interna ha permitido que el peronismo abarque una amplia gama de posiciones y propuestas, manteniendo su capacidad de atraer a distintos sectores de la sociedad. Es decir, el peronismo es quizá el último partido que resiste porque no es un partido, sino una forma de coaligarse y acceder al poder. Una máquina de producción y reproducción de poder, que ha nutrido con un elenco bastante estable el ejército de funcionarios locales.

Sucedió sin embargo que, en las pasadas elecciones de 2023, accedió al poder un Frente, compuesto por peronautas eyectados del kirchnerismo (SER), miembros disidentes de la maleable UCR, elementos cuánticos del PRO, y una pizca del recientemente detonado Desencuentro Ciudadano. Es decir, una suerte de alianza no estrictamente peronista, integrada bajo una serie de “acuerdos programáticos”, de la cual el autor formó parte, valga per secula el mea culpa. Lo cierto es que quiso la lotería de la ley de lemas que este conjunto difuso accediera al gobierno. Y aquí estamos.

Tras cuatro largas y declinantes décadas de gobierno, el PJ no ganó una elección por sí mismo. No obstante, el gobernador electo y su sistema orbital inmediato, ante el temor por la falta de flujos nacionales y la parálisis de la obra pública,  movido acaso por una cierta inercia institucional inquietante, mantuvo casi intacto el conjunto operativo de funcionarios, pactó con amplios sectores de la oposición para acumular mayorías y optó por habilitar una disputa abierta de los restos del campo peronista, ensañándose especialmente con el candidato más votado de ese espacio, y actual intendente de la capital provincial, Pablo Grasso. La pregunta es, ¿una interna abierta del espacio panperonista es el inicio de una reconfiguración triunfante que reconstruya una provincia en ruinas, o es acaso el último aliento de un Leviatán sin ideas? La flamante construcción libertaria, los fragmentos de Cambia Santa Cruz en recomposición incipiente, la izquierda troskista, y el electorado en sus mutantes preferencias tienen la última palabra.

Quién viva, lo verá.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Pablo Ferro