Confianza sobre Ruinas - por Pablo Ferro

Confianza sobre Ruinas  - por Pablo Ferro

Milei, la estabilización y la fragmentación del orden político argentino.

 

 

 

 

 

Por Pablo Ferro

Mientras los indicadores económicos comienzan a dibujar una senda de estabilización, el sistema político argentino vive una de sus transformaciones más radicales desde el retorno de la democracia.

Bajo la égida disruptiva del presidente Javier Milei, se consolida un proceso de desinflación sostenida -aunque aún frágil- al tiempo que los partidos tradicionales implosionan, dando lugar a un paisaje político fragmentado y sin brújula nacional.

Los números que informa el INDEC revelan un giro: la inflación mensual, que había escalado hasta el 3,7% en marzo de 2025, se redujo al 2,8% en abril, marcando un descenso que genera expectativas de confianza.

El acumulado en los primeros cuatro meses del año se ubicó en 11,6%, mientras que la interanual alcanzó el 47,3%, la más baja desde 2021. Pese a ello, los salarios reales continúan rezagados, con una caída acumulada del 15% respecto a los niveles previos a la pandemia.

Es decir, hay estabilización, pero aún no redistribución. La actividad vuelve lentamente de su letargo y el consumo apenas reacciona.

Sin embargo, este orden económico emergente convive con una implosión del sistema político. El peronismo, desarticulado en múltiples expresiones provinciales, se sostiene más por su inercia institucional que por un proyecto nacional.

La UCR se diluye en alianzas locales de supervivencia. Y el PRO, quizás el caso más paradigmático, ha implosionado incluso en su bastión originario: la Ciudad Autónoma de Buenos Aires.

En las últimas elecciones porteñas sufrió una derrota significativa, y quedó  relegado a un segundo plano detrás de una coalición liberal-libertaria que absorbió a gran parte de su electorado histórico.

La figura de Jorge Macri, que intentó mantener la continuidad del modelo PRO, fue eclipsada por candidatos con retórica más agresiva y alineada al mileísmo.

El fenómeno no es anecdótico: marca el declive político de Mauricio Macri, cuyo liderazgo hoy se percibe como parte del pasado, incapaz de regenerarse ni de generar una narrativa que dialogue con las nuevas derechas.

Su silencio y su creciente irrelevancia contrastan con la centralidad discursiva del presidente de la Nación, quien ha ocupado ese espacio con una lógica política radicalmente distinta.

Milei construye desde el conflicto. Su visión de lo político —en línea con la distinción amigo/enemigo de Carl Schmitt— ha reconfigurado el debate público en términos morales, no programáticos.

El “enemigo” no es simplemente un adversario con otra visión de país, sino un obstáculo a ser superado. Lo reclaman las fuerzas del cielo.

Desde la “casta” hasta los “viejos meados”, de los sindicatos a los gobernadores díscolos, todo aquel que cuestione el rumbo libertario es objeto de deslegitimación directa.

La política de la enemistad se vuelve estructural. Y su dinámica representa, en términos fractales, un atractor extraño.

Este marco de antagonismos genera una extraña paradoja: mientras el Estado se repliega, el poder presidencial se concentra; mientras el sistema partidario se pulveriza, Milei refuerza su centralidad simbólica.

En un país agotado de las viejas formas, su figura aparece como un nuevo orden en sí mismo, aunque ese orden aún carezca de institucionalidad duradera.

El mapa político que emerge está hecho de islas provinciales, liderazgos personalistas, partidos en ruinas y coaliciones sin ideología. Frente a eso, el oficialismo vende confianza y sacrificio como moneda política.

La economía aún no mejora para la mayoría, pero la promesa de un futuro sin inflación ha comenzado a reconfigurar la percepción social: por primera vez en años, algunos sectores vislumbran una salida.

Frente a esa esperanza, los partidos tradicionales sólo ofrecen evocaciones de un supuesto paraíso perdido, que no encuentran eco en un electorado desencantado. Y, lo que es peor, cuestionan al votante y sus actuales predilecciones, asqueados por las consecuencias de su propia y consuetudinaria inoperancia.

Prefieren cuestionar al pueblo, antes que generar autocrítica. En síntesis, no se les cae una idea.