HOMO INESTABILIS - por Pablo Ferro
“El ser humano es la única criatura que se niega a ser lo que es”
(Albert Camus)
por Pablo Ferro
La existencia precede a la esencia, diría Sartre. Somos lo que hacemos. ¿Y qué es lo que hacemos? Entre otras cosas, trabajar. Modificar el mundo con las manos, con las ideas. Ensamblamos, desarmamos, diseñamos, construimos y reconstruimos eso que algunos llaman mundo. Ahora bien, ese mundo se ha fragmentado en infinidad de pantallas y parlantes portátiles.
El sistema social atraviesa una policrisis: económica (inflación y recesión), ambiental (pandemias, desajustes climáticos), geopolítica (desintegración en bloques regionales, guerras en Europa, en Medio Oriente). Esta deriva de desintegración muestra los dientes en un mercado de trabajo precarizado. Las identidades colectivas sucumben. Sucumben porque los grandes relatos, los intereses comunes, se disuelven y coagulan en la micronarrativa de la experiencia individual mutante del homo inestabilis, por usar la expresión de Diego Fusaro.
Siendo así, la emoción es el núcleo de lo político, y acaso esto explica el auge de los populismos. El líder condensa emociones, como un chamán que invoca “un mundo de sensaciones”. Ya no somos “trabajadores”, somos productores y ante todo consumidores de experiencias. Nos valida una cadena de percepciones mucho más que una cadena de argumentos. Bioy Casares señalaba hace tiempo que: “hablando no se entiende la gente”, todo un signo de época palpable en nuestras redes antisociales.
“Sentirse despreciado es la emoción política elemental de esta época”, señala François Dubet, quien afirma que la división de clases ha sido sustituida por la oposición entre ganadores y perdedores de la globalización. Y agrega el autor: “La paradoja actual es que al tiempo que crecen las desigualdades, se borran las clases sociales. Este mecanismo se debe a la transformación en el trabajo, el retroceso de los “lugares obreros” y la expansión del consumo de masas”. El común denominador es la bronca, y la gran promesa del estado de bienestar, verdadero paraíso en la tierra, cede ante las tensiones de un mundo de creciente escasez. No hay plata, como reza el actual mantra ejecutivo. Cabe aclarar que no fue posible el paraíso en la tierra, porque los únicos paraísos terrestres, son los paraísos fiscales. Qué duda cabe.
La Organización Internacional del Trabajo (OIT) define así al empleo informal: “todo trabajo remunerado que no está registrado, regulado o protegido por marcos legales o normativos, así como también el trabajo no remunerado llevado a cabo en una empresa generadora de ingresos”. Y añade: “los trabajadores informales no cuentan con contratos de empleo seguros, prestaciones laborales, protección social o representación de los trabajadores”. Esa es la realidad de al menos la mitad de la fuerza laboral argentina. Y es la realidad del “negreo” consuetudinario en nuestra propia localidad de El Calafate. No hay identificación colectiva posible desde el sálvese quien pueda, se entiende. No se les puede pedir “conciencia de clase” a quienes han sido desclasados. Es del más común de los sentidos observar la licuación de los lugares comunes, de las palabras que congregan. La ley es el átomo antes que la molécula.
Es a partir de este sombrío diagnóstico, que sólo podemos augurar el incremento en la balcanización social planetaria y nacional, el aumento agresivo de la desigualdad, sostenida por políticas de extrema austeridad, y una diáspora de conflictos graves, pero aislados, sin posible coordinación, por carecer las fuerzas del trabajo de común mapa, dirección y agenda.
(caricatura Sr. NADA @epilepticfed)
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