Hielante (por Omar Álvarez)
Me llamo agua. Nunca me siento tan plena, tan audaz, tan yo misma, como cuando me congelo. En ese momento soy creativa, auténtica, provocadora. Siendo torrente, en cambio, me despedazo arrastrada por la gravedad. Al congelarme, la desafío, estirando mis moléculas al cielo, en formas caprichosas, majestuosas, siempre nuevas. Lo mismo ocurre cuando soy nieve: cada copo es una obra de arte, que no tiene gemelo en todo el universo.
Ser hielo no me resulta gratuito. Mi propio poder surge del conflicto. Choco conmigo misma, me golpeo, me quejo en forma de crujido o de estruendo. Libero lamentos profundos, de tantas criaturas que a lo largo del tiempo me han habitado, sin distinguir qué penas me pertenecen, y cuáles son ecos de heridas adosadas.
El sol y el viento relajan mi tensión, uniformándome, llamándome a ser espejo, a ser plana. Les permito esa caricia: sé que por la noche, volverá la tensión del bajo cero, armado nuevos universos en formato de cristal.
Me siento traicionera, y me gusta. Soy resbalón, soy dureza, soy quiebre y mojadura helada.
Me agrada, caminante, que me temas, que me duelas, que me rías y que me llores. Me agrada verte sobre mí, con paso inseguro, como niño que debe aprender a caminar. Me agrada, porque si haces eso, es porque nos parecemos, porque somos compañeros.
Comentarios (0)
Comentarios de Facebook (0)