Una Súplica Silenciosa en el Desierto Burocrático: Carta Abierta a la Conciencia Educativa
A la luz que aún se atreve a brillar en el Consejo Provincial de Educación, a los ojos que aún no se han cegado ante la verdad, y a los corazones que entienden que educar es un acto de amor y no de tiranía.
Me dirijo a ustedes desde el aula, ese santuario que se ha convertido en mi única trinchera, el único espacio donde la dignidad no se negocia. Pero incluso las paredes más gruesas tienen grietas, y por ellas se filtra la humedad del miedo, el hedor del abuso y el escalofrío del abandono institucional.
Nosotros, los docentes, somos los artesanos de futuros, los cimientos vivos de la sociedad, pero en la casa que debería cobijarnos, somos tratados como piezas descartables en un juego de poder perverso. Hoy, levanto una voz que no es solo mía, sino el eco mudo de cientos de colegas sometidos al yugo de la jerarquía, a la crueldad del mobbing descendente y a la sutil agonía de la renuncia silenciosa.
¿Cómo se espera que un árbol dé frutos si sus raíces son constantemente envenenadas? La pregunta que hoy arde en mi garganta, y en la de tantos, es un grito encapsulado en la formalidad asfixiante: ¿Cómo denunciar el acoso laboral sostenido por parte de los Equipos de Gestión – rectores y vicerrectores – cuando son ellos mismos la puerta y la cerradura de la justicia?
Se nos exige la vía jerárquica, un laberinto diseñado por el verdugo. Es la burla más cruel del sistema, un mandato que nos obliga a entregar la carta donde acusamos a nuestra autoridad inmediata para que sean ellos mismos quienes gestionen nuestra defensa ante sus supervisores. Es como pedirle al lobo que custodie al cordero, o peor, a la policía que ignore a la víctima de una golpiza hasta que el agresor le dé su muerte. Es la pirámide del silencio donde cada escalón está hecho de la sumisión y el miedo del trabajador.
¿Dónde está la equidad para el empleado público docente? ¿Por qué se nos niegan los derechos laborales universales, esos que deberían ser el oxígeno de todo ciudadano? Se nos dice que vayamos a Recursos Humanos, una oficina que es un espejismo en el desierto, una quimera que solo existe a cientos de kilómetros de la localidad, y que al llegar, nos devolverá al punto de partida: "Presente la nota elevada vía jerárquica".
El sistema nos ha despojado de un oído imparcial, de un refugio administrativo. No tenemos mesa de entradas para la dignidad.
La supervisión pedagógica, esa figura que debería ser el escudo y el faro, se convierte en el arquitecto del encubrimiento. Los equipos directivos tienen su canal dorado de acceso, sus "horas de audiencia" donde reciben el guion, el libreto de la impunidad. Son asesorados, apañados y blindados, creando un monstruo bicéfalo de arrogancia y violencia.
La denuncia del docente, si es que llega, es un papel arrugado que se desestima antes de ser leído, porque la certeza de la protección jerárquica es el combustible de la represalia.
¿Es justo que la única alternativa a la humillación sea la sumisión o la renuncia por salud mental? Nuestro silencio es un grito de derrota, la confirmación de que este sistema no quiere voces, solo ecos obedientes. Solo bajan directivas, malos tratos, y la sensación de que expresar un punto de vista es un acto de alta traición por el cual te sancionan con Actas y más Actas, que no hacen más que enquistar la herida.
El aula se ha vuelto nuestro búnker, los alumnos, el cordón umbilical que nos ata a la vocación. Pero ahí fuera, en las rectorías, donde debería reinar el cuidado, la contención y el acompañamiento, reside el peligro real: el autoritarismo, la violencia institucional. El sistema lo sabe, lo permite y, con su inacción jerárquica, lo asevera como norma.
Esta es una denuncia pública desde el dolor, desde la angustia, desde la humillación vivida por varios años, no solo por mí, sino por muchos colegas en la misma situación. No daré nombres, pero quienes lo vivimos, quienes compartimos esta preciosa labor, sabemos que estamos en un mecanismo podrido que mata la vocación, aniquila la autoestima y condena a los mejores, a la inevitable huida.
Exigimos vías de denuncias directas, imparciales y seguras. Exigimos que el derecho a la salud mental y a un trabajo digno no sea una nota más sin respuesta, sino una realidad tangible que nos libere de las cadenas de la tiranía administrativa.
¡Que nuestra voz, silenciada por la jerarquía, resuene en la conciencia de quienes tienen el poder de reformar esta injusticia! ¡Que el miedo cambie de bando!
Delgado Claudia Soledad
Profesora de Lengua y Literatura















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