El eco de Santiago Nasar en los pasillos del sistema educativo - Claudia Delgado

El eco de Santiago Nasar en los pasillos del sistema educativo - Claudia Delgado

Más de un lector, al posar la mirada sobre este título, habrá evocado la fatalidad de la obra inmortal de Gabriel García Márquez: Crónica de una Muerte Anunciada. Allí se relata un homicidio públicamente voceado, que la inacción, la indiferencia y la incredulidad de toda una comunidad permitieron que se consumara. Nadie, a pesar de saberlo, se atrevió a advertir a la víctima.

Como Santiago Nasar, quien creía que su posición lo blindaba contra cualquier fatalidad, también yo viví mi propia premonición. En el microcosmos de una institución, el aire se cargó de un murmullo denso. Las miradas hacia mí se cruzaban con una lástima cuyo origen, al principio, se resistía a ser comprendido. Algunos, temiendo quedar salpicados por el riesgo o la controversia, se retiraron como sombras discretas. Otros, con la valentía de quienes están hartos del abuso sistémico, se atrevieron a ofrecer su apoyo, un testimonio silencioso o una palabra de solidaridad.

Pero la sentencia ya estaba dictada. Todos lo sabían, porque los "Gemelos Vicarios" se encargaron de sembrar en todo el pueblo el anuncio de la inevitable ejecución, algunos incluso les ayudaron a afilar sus cuchillos, pero la inercia del sistema era un muro imposible de derribar.

Así es como, en un eco doloroso, he sido ejecutada institucionalmente. En un giro cruel de la fatalidad, de ser la víctima inocente, la que carga la verdad, me he convertido en la “amenaza”, en el peligro que debe ser extirpado ante el Consejo. De ser el señalado Santiago Nasar, las autoridades me han transformado en el objetivo que debe ser coartado: la persona a la que hay que silenciar a cualquier costo.

El sistema, una vez más sordo e indolente, ha hecho caso omiso a un sector fundamental de la comunidad educativa, atrincherándose en su propia conveniencia, pese a saber la situación en la que estamos, no solo yo, sino varios que ojalá algún día se animen a elevar su voz.

El doloroso eco de la traición y la injusticia resuena en los pasillos: hay un "runrún" que hoy amplifica el miedo, convirtiéndose en el eco de un martillo. El castigo “ejemplificador” es para quien se atrevió a disentir de una orden arbitraria que violentaba el Acuerdo de Convivencia Escolar, ese documento que cada dos años los docentes, las familias y el equipo directivo se encargan de actualizar y promueven su estricto cumplimiento como la base del orden, el respeto y la igualdad. Es la "Biblia institucional" vilmente adulterada a los ojos de todos, y no solo eso, bajo amenaza de que quien se atreva a incumplir, sería castigado. Defender la libertad de cátedra y defender los derechos adquiridos hoy me pone en este fatídico lugar de agonía y dolor.

Hay que golpear donde más duele, tres mentes maquiavélicas sumidas en un poder que lejos está de un liderazgo, y sí en sentimientos que arremeten contra la dignidad de quienes sostienen la institución a la que dirigen. La misión es clara: desprestigiar quince años de trayectoria intachable, menoscabar la dignidad hasta arrastrarla al barro, dañar la mente. Es inaudito que en un contexto que se precia de ser democrático se criminalice un punto de vista. Es desolador que el equipo supervisivo se preste a un juego tan perverso. Es sencillamente increíble que la víctima sea investigada por alzar la voz, por decir que iba a documentar y sacar a la luz la tiranía, las emboscadas donde menoscaban tu dignidad y te indican, haciendo eco de su poder, que firmes una injusta sanción. Los que vivimos esta situación sabemos que la vista se nubla, la voz se quiebra, en ese silencio escalofriante vemos cómo agachan la mirada quienes están presentes, porque la ejecución es pública, por temor asienten, naturalizan el destrato, y sin darse cuenta comienzan a ser parte de él. El verdugo se regocija, se siente airoso de dar otra estocada a la dignidad, sabe que está respaldado y que van a ratificar a todos que nadie debe cuestionar, aun cuando se trate de los derechos estudiantiles, que es mejor que cuiden sus cabezas, porque para el CPE es una falta grave dar un punto de vista, y prefieren cubrir con un manto de inimputabilidad a quienes realmente deberían investigar.

No podrán silenciar una voz que se levanta por la justicia, por los derechos de los estudiantes y de sus colegas. En esta historia que todos conocen, debe haber otro final.

Quizás García Márquez no solo quiso ilustrar la fatalidad, sino señalar el peor de los defectos humanos ante la injusticia: el de fingir la ceguera, el mirar hacia otro lado y permitir que se consume un asesinato institucional por el temor de ser el siguiente en caer.

Con profundo dolor, he tenido que retirarme para proteger mi tesoro más preciado que es mi salud mental. La carga de tantos años de lucha ante la injusticia ha calado tan hondo en mi ser que ya no podía sostenerme en pie. En este "mundo de los ciegos", es mejor partir para el cuidado propio, antes que esperar una justicia que no llega y que todos sabemos que jamás llegará.

Pero esto resulta irrelevante para el sistema, al que no le importa el perjuicio de más de trescientos alumnos, ni el castigo reiterado a varios de sus agentes. Solo perciben si se elevó el tono de voz ante la impotencia, la necesidad de exclamar e intentar documentar cómo me menosprecian y me interpelan. Y para el golpe de gracia, la última estocada que dejó a Nasar con las tripas en las manos: el informe sumarial.

Alzar la voz o intentar resguardarse de la iniquidad se vuelve, paradójicamente, un delito.

El dolor, para el sistema, no tiene valor. ¿Cómo se espera que regrese al búnker con los ojos destrozados de tanto llorar? ¿Cómo sostener una sonrisa cuando lo único que queda es impotencia y agonía?

El martes fui notificada, y el miércoles el eco de la voz de quienes habían sostenido mi vocación calaba en mi ser. Las lágrimas, pese a ser contenidas, dolían en mi garganta, debía sonreír, pero cada palabra de mis alumnos enardecía la herida: "Profe, usted es la mejor", "Profe, qué linda vino hoy". Dolían como una espina que atravesaba mi corazón. Tuve que salir, tomar aire y volver a forzar una sonrisa. Fue ahí donde entendí que la llaga había llegado tan profundamente que ya no podía sostenerme. Sentí terror de decirles "los veo mañana", o “si no lo terminaste, no pasa nada, entrégalo mañana”, pues sabía que el mañana, quizás, no podría llegar.

Sabía que si acudía al médico y lograba poner en palabras cada situación de violencia, la indicación sería clara: cuidar de mí, salir del incendio, preservar mi vida. La impotencia se apodera de la mente de quienes sufrimos el acoso laboral, pero eso no es una alerta para las autoridades.

Ángela Vicario mintió. ¿Por qué lo hizo? Como cada testigo sabía de la amenaza de los gemelos Vicario, pensó que a ella no le pasaría nada, pero mintió y no dimensionó lo que le ocurriría a Nasar. Así como Ángela, los testigos falsos, esos administrativos que siempre están en el Patíbulo donde ven cada una de las ejecuciones, las injurias, pero eligen mirar a otro lado, y cuando deben tomar partido, cuando al fin pueden dar su testimonio, sin piedad firman actas cargadas de severas intenciones. Pesa más el nepotismo; por supuesto, nadie quiere ser ejecutado. Sumado a que deben favores, deben lealtad por miedo y son capaces de firmar con fuego, aunque les arda la conciencia y no puedan sostener la mirada, ese manantial transparente que no puede esconder la traición, porque no creen que tan lejos puedan llegar. Actas viciadas de maldad, escritas y pensadas para el daño, actas con tinta de sangre.

La complicidad es la clave de su avance: ¿Acaso existiría un Santiago Nasar sin una Ángela Vicario que con su silencio o mentira lo condenó? ¿Hubiera ocurrido esta "muerte anunciada" sin los gemelos Vicario anunciando a viva voz a todo el mundo sobre la inevitable ejecución? ¿Podría haberse consumado esta crónica sin todos los testigos que, por uno u otro motivo, no brindaron su apoyo ni advertencia a Santiago Nasar? Para que acciones de este tipo avancen y se instalen en las instituciones, no basta solo con los tiranos; hay toda una red de indiferencia y nepotismo que la sostiene.A mis lectores, a quienes se han solidarizado, a quienes han pasado o pasan situaciones similares a mí, y a mis jóvenes: los invito a levantar la voz, a cambiar el final de esta crónica anunciada, a exigir que se investigue a quienes realmente lo merecen y que todas las voces sean escuchadas.

Claudia Soledad Delgado