HOMENAJE. Dora López, el alma de Tres Lagos

HOMENAJE. Dora López, el alma de Tres Lagos

 

 

 

 

Claudio Cirille

Médico MP 834

DNI 16.473.164

El 6 de abril de 1994 llegué a Tres Lagos para desempeñarme como único médico en el Puesto Sanitario con 30 años de edad y 7 años de guardias en hospitales públicos a cuestas (4 como practicante y 3 como profesional graduado).

Es inevitable recordar que, según el doctor René Favaloro, todo médico recién graduado debería ejercer un tiempo la profesión en el ámbito rural.

Mi escasa experiencia de aquella época la había obtenido en centros de mayor complejidad, con todos los medios disponibles del momento.

Así llego a un pueblo en la estepa santacruceña, con 160 habitantes aproximadamente, para pasar los dos inviernos más crudos que se recordaron por varios años.

El Puesto Sanitario no contaba con electrocardiógrafo ni equipos de radio en el edificio ni en la ambulancia; los choferes los aportaba la Comisión de Fomento; el gas era provisto en cilindros de 45kg (excepto en la casa que me asignaron, cuyos calefactores funcionaban con goteros a kerosene); hacía tiempo que no había médico en la localidad y todos los caminos eran de ripio.

Y allí, en ese lugar y contexto, conocí a Dora López.

Sin olvidar ni menospreciar la presencia y el trabajo del resto del escaso personal existente puedo decir, sin temor a equivocarme ni exagerar, que ella era lo que cualquier creyente podría definir categóricamente como “el alma del lugar”.

Llevaba por aquel entonces varios años como enfermera en el Puesto Sanitario y vivía a la vuelta en su propia casa, con lo cual no existían para ella sábados, domingos, ni feriados.

Conocía mejor que nadie a todos los habitantes del pueblo. Tenía el carácter y la templanza más que suficientes para enfrentar situaciones, problemas y personas (con cualquier grado de autoridad) sin amedrentarse ni dejarse llevar por delante. Sin pelos en la lengua ni eufemismos.

Al mismo tiempo, era capaz de brindar todo su amor y humanidad a cualquiera que supiera tratarla con respeto y ganarse su corazón. Se arraigó en el lugar, entregó su vida sin desmayos ni dobleces.

En una época y lugar en donde los pocos y estoicos pobladores se mantenían vivos y saludables a pesar del olvido y la desidia de las autoridades sanitarias y no gracias a ellas, Dora López estuvo allí para afrontar lo que viniera, con humanismo y abnegación.

No hizo política ni propaganda con la salud; no lucró con la enfermedad ni el sufrimiento ajeno; no era “experta” de ningún “comité de expertos”; no fue sicario al servicio de la industria farmacéutica.

Dado que la realidad superaba con creces los protocolos y algoritmos con los que actualmente formatean y hackean el cerebro de los profesionales de la salud, Dora López enfrentaba la enfermedad y la muerte con medios absolutamente precarios, compensándolos sobradamente con su humanidad, su experiencia y criterio propio, pasando con autoridad por encima de cualquier estándar de manual, escritos para ser ejecutados acríticamente por robots deshumanizados que nada tienen que ver con la salud y la medicina en el amplio sentido del término.

Dora López honró la vida humana y la profesión de enfermera ayudando a las personas a recuperar la salud, no enfermándolas y abandonándolas, como suelen hacer actualmente quienes declaman y cacarean defender la Salud Pública y el bien común.

Entendió la enfermería, la medicina y la salud en general con una visión humana, existencial, acorde a su contexto, sin delirios de grandeza. Por eso fue grande y, para mí, inmortal.