Las Represas, re presas en palabras - por Pablo Ferro

Las Represas, re presas en palabras - por Pablo Ferro

Por Pablo Ferro

 

El discurso de modernización, tan recurrente en la política nacional, es a menudo una retórica vacía que apenas disimula el dispendio sistemático de los recursos del Estado.

Los proyectos faraónicos, como las represas sobre el río Santa Cruz, son el estigma de una provincia que sueña con el progreso, mientras el espejo le devuelve el reflejo de un laberinto quebrado de corrupción y clientelismo.

Las represas, anunciadas con bombos y platillos como el emblema de una nueva era de desarrollo, han quedado suspendidas en el tiempo, prisioneras de la desidia y de la incompetencia. Doblemente presas, de su nombre, y de un destino acuoso.

Bajo las telarañas de promesas rimbombantes sobre justicia social y crecimiento económico infinito, que resonaron por décadas en los discursos oficiales, brota la realidad de obras paralizadas, fondos desaparecidos y poblaciones que esperan en vano los beneficios que nunca llegan.

La distancia entre las palabras y los hechos es un abismo. Lo que en algún momento fue presentado como un proyecto para asegurar el abastecimiento energético y potenciar el desarrollo de la región, hoy es un monumento al vacío, un recordatorio del desierto que deja la corrupción en su camino.

Las represas de Santa Cruz, a pesar de su potencial para cambiar la realidad de la provincia, se han convertido en un símbolo de fracaso colectivo.

Imágenes de maquinaria abandonada y estructuras a medio terminar evocan el absurdo borgeano de un esfuerzo monumental sin dirección ni sentido. Queda la resaca de una fiesta ajena a las mayorías, y la energía social acaba evaporada en suspiros.

El Estado, alguna vez pensado como un promotor del bienestar colectivo, aparece aquí como un Leviatán impotente, incapaz de cumplir sus propias promesas. Gigante en las palabras, microbio en resultados.

La modernización imaginaria, la que se anuncia en los discursos, no es más que una ilusión neoplatónica. Los efectos reales de las palabras bonitas se traducen en obras inconclusas y generaciones de ciudadanos decepcionados, que ven cómo los sueños de ascenso social terminan en unos pocos bolsillos.

Los de siempre, los mismos apellidos, las mismas pocas familias, que se reparten Santa Cruz dejando apenas las migas.

La idea de progreso, de energía para renovar, queda relegada a un plano ficticio, un relato cuidadosamente construido para mantener las esperanzas de un pueblo que ya ha sido traicionado tantas veces que ha perdido la memoria.