Una celebración sin grietas - por Fernando Goyanes
Feliz, profundamente feliz, y emocionado.
En esta frase tan pequeña pero que tanto significa, se puede condensar todas las vivencias, recuerdos, anécdotas, satisfacciones y frustraciones asociadas a la radio, en este centenario de la primera transmisión argentina y luego reconocida por la UNESCO, del mundo.
No alcanzaban las horas para tratar de escuchar y ver cada homenaje, de recorrer antiguas filmaciones donde se expresaban los que hoy ya no están pero que tanto sembraron en su trayectoria.
Para alguien que creció escuchando radio, percibir que hoy, en el centenario de su creación, este invento que revolucionó su época casi no es tenido en cuenta por los jóvenes empaña la felicidad del festejo, pero es algo razonable.
La radio, en mi rol de oyente, fue y será una compañía en la cual encontraba información pero también entretenimiento, música y textos brillantes, cultura y espectáculos. Uno elige a la radio como elige a los amigos, por afinidad, para que estén con vos cuando te sentís bien pero lo mismo sucede cuando no es tan así.
Y si de una elección personal se trata, en base a afinidad y compañía, quizá aún la radio no ha encontrado los mecanismos o la esencia de aquello que hoy necesitan o requieren vastos sectores que nacieron en la época del celular e internet.
Pero para nosotros, la radio sigue siendo la radio, un mundo que recrea y agudiza nuestra imaginación, que en días como estos, de celebración por cien años de su existencia, nos hace transitar un camino de recuerdos, vivencias y experiencias.
Como olvidar las caminatas juveniles a Luján escuchando a Juan Alberto Badía en Flecha Juventud, las trasnoches aún vigentes de Alejandro Dolina, esos silencios prolongados que siempre decían algo (o uno lo imaginaba) del Negro Marthineitz, el humor de Juan Carlos Mesa, la sabiduría de Antonio Carrizo, la alegría de Héctor Larrea o las tentaciones de risa escuchando a Jorge Guinzburg, Adolfo Castello y tantos otros.
O aquel mundial de 1974 que tuvimos que seguir por las transmisiones de radios extranjeras porque había muerto Juan Domingo Perón, imperaba el duelo en nuestro país, y las programaciones radiales se alteraron por completo, la palabra dio paso a la música clásica o sacra para acompañar ese momento.
Se escuchaban los goles, pero para saber que país lo había convertido había que agudizar el oído y tratar de entender lo que decía el relator brasileño, las idas y venidas que sufría la onda radial poco ayudaban para develar la incógnita.
Y en estos tiempos que corren, donde la militancia está a flor de piel y la grieta se refleja en muchos de los programas, ver en la emisión especial desde el teatro Coliseo, el mismo desde el cual Los locos de la Azotea realizaron su primera transmisión, la convivencia armónica de gente como Nelson Castro y Eduardo Aliverti y todos los que desfilaron en este homenaje donde compartieron panel y emitieron conceptos elogiosos hacia el otro, fue un soplo de aire fresco.
Solo la radio puede lograr eso, la radio está por encima de todo, de quienes la hacen y de sus posicionamientos, ideologías o creencias, aunque mañana cada uno vuelva a su lugar de trabajo y desarrolle su actividad tal como lo hace habitualmente, y los linchamientos mediáticos retornen a las redes sociales.
De la galena al aparato con parlantes, de las válvulas a los transistores, de la electricidad a las pilas, del estudio en un edificio a la transmisión por internet, la radio se reinventa, se transforma, enfrenta los nuevos desafíos de cada época y siempre ha salido airosa.
Esta vez tampoco será la excepción… Por cien años más de radiofonía, ¡Salud!
(Dedicada a mi hijo Ricardo que hoy por la tarde me motivó a que expresara mis sentimientos)
Fernando Goyanes
Comentarios (0)
Comentarios de Facebook (0)