¿Cómo despedirte Zelmar?
Como hacerlo, cuando no quiero hacerlo, reniego de tu partida absurda después de tantas batallas ganadas.
Terco y tierno, temible y querible, frontal, ni que decirlo, sostenía hasta el final posiciones en el terreno que fuera.
No puedo afirmar que lo conocí demasiado, pero si sé que fui un privilegiado, pude estar con él en sus lugares más queridos, su casa y la chocolatería, ámbitos sumamente privados si los hubiera.
Las veces que me habrá agarrado contra esos mosaicos de las paredes para reprocharme como abordaba algunas noticias, sugerirme o instarme a tratar temas, o tan solo a conversar. Pero sabiendo cómo era Zelmar, porque el negocio será Guerrero pero él era Zelmar, cada encontronazo lo disfruté con el placer de sentirme respetado y querido por ese gruñón de corazón noble y actitudes justas, que tenía pegada una solicitada en la pared de la choco para recordar eternamente lo que algunos habían firmado, el hombre tenía memoria.
Peronista de Perón, me encantaría poder recordar la infinidad de anécdotas de un Calafate en gestación, con el retorno a la democracia y la militancia a flor de piel, pero nunca logré que me las contara.
“No me quiero pelear con nadie más” me repetía una y otra vez, y toda esa riqueza quedó en el recuerdo de quienes las hayan vivido junto (o contra) él, porque no sé si había términos medios.
Otro cantar era hablar de la Chocolatería, se apasionaba, relataba todo con lujo de detalles, y se mostraba orgulloso de que sus hijas tomaran la posta de un emprendimiento que había forjado con tanto esfuerzo y que tuvo el placer de plasmar en su publicidad que nunca pudimos reemplazar porque jamás pude escribir algo que reflejara mejor su empresa familiar.
“Cuando la ruta con Rio Gallegos era de ripio, las pasarelas en el glaciar no existían, la única calle pavimentada era la avenida del Libertador, el aeropuerto recibía aviones de LADE y Aeroposta. Cuando invertir en El Calafate era una apuesta arriesgada, Casa Guerrero ya fabricaba aquí sus chocolates. Casa Guerrero desde hace cuarenta años creciendo junto a la ciudad. En El Calafate, decir chocolate es decir Casa Guerrero, avenida del Libertador 1249”. Nunca pudimos hacer otra, y dejamos de intentarlo.
La última vez que nos encontramos fue en Diarco, y la alegría que me dio verlo con su esposa en plena pandemia llevando su vida normal me hizo creer que nada podía vulnerarlo. Charlamos, y volví a casa feliz porque el azar jugó a favor y nos cruzamos, ya había pasado por algunos inconvenientes de salud y verlo erguido, desafiante como ya era habitual, me reconfortó.
Pero esta enfermedad traicionera tenía otros planes, y Zelmar se sumó a la lista de gente querida que el Covid19 nos arrebata sin contemplaciones.
¿Pero saben qué? Mientras perdure en nuestros recuerdos, cada vez que alguien cuente alguna historia que lo tuvo como protagonista, mientras su familia siga manteniendo la esencia y el espíritu de su chocolatería, Zelmar seguirá con nosotros.
Que así sea, y así será…
Comparto con ustedes la nota publicada en enero de 2007 en la edición número 65 de Carta Abierta, en su homenaje y por su recuerdo.
Fernando Goyanes
Casa Guerrero: Un clásico de El Calafate
Desde 1965 en que comenzaron a trabajar con una visión de futuro ligada al turismo, Zelmar Guerrero y su esposa llevaron adelante un proyecto que hoy conducen sus hijas Ana y Karina poniendo a disposición de visitantes y vecinos un producto cuya fama trasciende fronteras.
Había que tener ganas de ponerse a elaborar chocolate cuando a la localidad llegaban tan solo un puñado de aventureros internacionales a conocer el glaciar Perito Moreno, ilustre desconocido por aquel entonces para la mayoría de los compatriotas.
Y Zelmar lo hizo, desde su pequeño negocio ubicado frente a la EGB 9 en donde primero tuvo una relojería y creó el primer comercio de artículos regionales de la localidad, según cuenta con orgullo.
"Al principio vendía regionales en el comedor de casa (Gobernador Gregores 848), hasta que un gerente de Banco me dijo porqué no construía un local, me otorgó un préstamo y empezamos", indica.
No faltan las anécdotas, de las buenas y de las otras, "Mandamos a hacer las primeras postales de El Calafate pero desgraciadamente no conseguimos quien nos las haga, pero la empresa a la que consultamos después mandó seis fotógrafos al glaciar y las hicieron ellos", relata y sonríe.
Al tiempo se incrementó el número de locales y con ello comenzó otra manera de trabajar que no le agradó demasiado a Guerrero, que se dispuso a aprender a hacer chocolate.
"Un amigo de mi hermano en Esquel me enseñó, y por el año 1968 comenzamos batiendo todo en ollas a mano hasta que en 1973 pudimos comprar la primer máquina templadora de 150 kilos", comenta Zelmar.
En ese año apenas se trabajaba durante enero y febrero, pero con compromisos de pago importantes aunque la mayor parte del año no iba a generar recursos se largó a la aventura.
"Un amigo se compró un auto en ese entonces por cien mil pesos y yo pagué la máquina ciento diez mil, los números no me daban y llegó el Rodrigazo y con el tiempo pudimos salir del pozo", acota.
Hace unos quince años se trasladó a la avenida principal. Cuando Guerrero llegó a El Calafate en 1963 como administrador del hospital el pueblo se extendía en sentido contrario al glaciar, por lo cual no le pareció prudente pedir un terreno al Consejo Agrario hacia el lado de la Intendencia de Parques como le sugerían los conocidos.
"Resulta que después tuve que comprar para ese lado y tuve que trabajar tres temporadas para pagarlo", indica.
Entre las satisfacciones que le dió la chocolatería menciona el haber conocido mucha gente, la repercusión de las publicidades televisivas y del producto hizo que varios lo reconocieran en distintos puntos del país y para Zelmar es un privilegio que lo conozcan por lo que hace.
"Esta pequeña industria ha hecho conocer El Calafate en la faz comercial por la calidad de lo que vendimos, dentro y fuera del país" dice para luego comentar que una vez recibió una carta con dinero solicitándole envíe chocolate a Vigo, España, "me salió más caro que los cuarenta dólares que mandó".
Guerrero se muestra satisfecho de haber sido desde siempre un formador de precios en el mercado, primero con los regionales y luego con el chocolate.
"Algunos comercios cuando vieron que el producto funcionaba empezaron a traer chocolate de Bariloche, era más fácil estar bien vestido detrás del mostrador, hacer un paquetito y vender que estar todo el día enchastrado en chocolate y experimentando nuevas variantes".
Dice que al regresar de unas vacaciones observó que se estaban vendiendo alfajores a 16 pesos la docena y le dijo a su esposa "vamos a hacer alfajores porque no puede ser, hicimos costos, nos lanzamos al mercado con un producto de excelente calidad a nueve pesos la docena con un peso aproximado de un kilo, con alfajores grandes". La misma obsesión tiene con las condiciones en que se debe fabricar el chocolate, siempre luchó por que la municipalidad verifique que las denominadas fábricas fabriquen y como lo hacen.
La autosustentabilidad y la generación de ganancias económicas se dio a partir de la última década, antes todo era muy pausado, se trabajaba pocos meses y con mucho sacrificio se lograba brindar el producto con estándares de calidad permanentes.
"Empezó a llegar gente, cada vez más, aumentó la demanda por sobre la capacidad de adquirir materias primas, nos llevó mucho tiempo que nuestro proveedor (Suchard) para quienes éramos un pequeño productor nos brindara facilidades de pago y entregara la mercadería con flete a su cargo en El Calafate, eso nos dio aire par hacer las cosas con mayor tranqulidad".
La planificación de Casa Guerrero en estos años implica que al cerrar en mayo se dejen de reserva mil kilos de chocolate para elaborar la temporada siguiente, y no deja de llamar la atención que al incrementarse las ventas no optara por contar con más bocas de expendio o ampliar la fábrica, sino la diversificación de productos.
"Tuve malas experiencias con las bocas de venta, cuando es comida lo tiene que manejar uno, sin son descuidados o lo ponen en lugares húmedos afecta el chocolate, no se puede entregar a cualquiera, preferimos manejarlo nosotros por una cuestión de calidad", acota
Hoy Zelmar Guerrero entregó la posta a sus hijas, pero siempre se pega una vueltita para darles una mano cuando lo necesitan, y planea usar su tiempo libre en la profesión con la cual inició la actividad comercial en El Calafate: la relojería.
"Voy a hacer relojes artesanales pero como pasatiempo, es más para ocupar las horas porque después de trabajar doce horas por día a nada es un cambio brusco, y todavía me siento ágil para hacer cosas", concluye.
Los huevos de pascua
En Semana Santa pasar por la vidriera del local es una tentación y a la vez, uno percibe como se puede expresar el arte en la elaboración de los huevos de Pascua.
"Vino una chica de Buenos Aires, Cristina Vidal, hija de un amigo, que había hecho varios cursos de decoración en chocolate. Me solicitó trabajo y le pedí que hiciera huevos de pascua con la imagen del glaciar. Probamos, hizo con el Moreno, el Upsala, el Cerro Chaltén, motivos gauchescos, ovejitas, y tuvo muy buena repercusión".
Comenzaban la producción dos meses antes para tener cantidad, y la gente no los dejaba. "lo poníamos en la vidriera y el turista se lo llevaba", dice Guerrero.
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