Honrar EN vida

Honrar EN vida

Sergio Zupic y Jacinto Gómez fueron homenajeados por Ciclos Culturales PeñaAmarilla, como anteriormente lo fueran otros antiguos vecinos de El Calafate. Justo reconocimiento social de la comunidad.

Natacha Peñaloza y José “Pepe” Amarilla desde hace un año nos han involucrado en la excelente costumbre de leer y honrar, entre otras saludables acciones que nos vinculan como personas y nos movilizan como comunidad.

De a poco, sin más estructura que la voluntad y las redes sociales para convocar, cada encuentro se transformó en una comunión de almas reunidas en espacios públicos o cubiertos consolidando una iniciativa que sigue creciendo.

Gracias a la invitación de los organizadores, pudimos compartir de una manera especial y privilegiada el homenaje realizado a Sergio Zupic y Jacinto Gómez, plagado de experiencias vividas con emoción y sonrisas.

Poco podríamos agregar a sus testimonios, por eso decidimos privilegiar sus dichos por encima de cualquier reflexión o análisis, crónica o relato de esa jornada.

Estas son sus vivencias compartidas entre humoradas volcadas en un clima de absoluta complicidad…

Sus Padres

Jacinto Gómez: “Era un trabajador del campo, se casó con mi madre, nacimos nosotros, puso una carnicería y trabajó de eso toda su vida hasta el último día. Después yo tomo la posta”.

Sergio Zupic: “Mis viejos son del otro lado, de Chile, llegaron acá más o menos en 1925, mi papá conoció a mi mamá en estancia Alta Vista, se casaron, vinimos nosotros, tuvimos la chacra, y había que trabajar, no había otra”

La infancia y la escuela

J.G.: “Era linda, tenías trabajo, podías salir, la escuela era chiquita, cuando terminé éramos 81 alumnos en total, maestros eran dos o tres, y daban hasta sexto grado. Recuerdo al señor Amaya que fue director y estuvo varios años, le dedicaba muchas  horas por día a la escuela. También estaba Alzúa, Violeta Villalba, ellos eran los tres de nuestra época. Salí con 13 años, repetí cuarto, (consultado por la causa responde que fueron muchos motivos, el 80 por ciento su culpa) mal comportamiento, te crees que sos grande y no lo sos, y te la agarrás con el maestro, no le das bolilla y la consecuencia se pagó”.

- ¿Compartieron el mismo aula con Sergio?

J.G. “No si él era un burro, todavía debería ir a la escuela (estalla en risas el auditorio) y Zupic acota “algo de razón tiene, mi viejo me decía vas a salir de la escuela al servicio militar, y salí con 16 años”. “No fue al servicio militar pero se enroló” dice Jacinto y vuelven las risas.

Los trabajos

J.G “Después de la primaria vino un poco de atorrantismo, y después el laburo. Me fui al ventisquero a hacer una changa con un camión estuve tres años allá. Mi papá murió en el 56 y siguió mi mamá con el negocio, estuvimos muy mal, hasta que salió lo del camión la pasamos mal, a los 25 me case, la peor decisión de mi vida (estalla el auditorio) y me volví trabajador”, dice entre risas.

S. Z. “Ayudaba a los viejos, después anduve de carpintero un tiempo, entré al correo, Jacinto a veces me despertaba porque me quedaba dormido, de la usina me venían a buscar vuelta a vuelta, y un día me pregunta Gago mi jefe en el correo si no quiero  entrar a trabajar a Servicios Públicos yo tenía mis papeles allí y no pasaba nada. Se comprometió a hablar en Rio Gallegos, efectivamente habló y entré de maquinista, atendía los motores y los tableros para dar luz al pueblo.

Los inviernos

J.G. “Igual que los de ahora con la diferencia que las comodidades eran mínimas, gas, borceguíes, cielos rasos, camperas no tenías, no eran los inviernos era la falta de comodidades, había que buscar astillas mojadas, secarlas, las habitaciones estaban sin calefacción, jugábamos a que fumábamos. En general los encuentro parecidos más o menos”

Travesuras

J.G. “Alguna gallinita hemos robado, algún cuerito nos hemos comido al horno, no había otra cosa que hacer, de alguna manera había que generar adrenalina” cuenta y se divierte.

Zupic añade “Alguna gastradina (paleta de capón), cuando este ahumadita avísame dijo Jacinto, yo distraje al dueño y él se la llevó. Era el propietario de lo que hoy se conoce como pizzería el rancho”.

Jacinto suma elementos al tema: “Tenía unas manzanas hermosas, éramos de su absoluta confianza, un día le limpiamos el árbol, el hombre podía ver llorar un nene dos años y no le daba una manzana, y se las llevamos. Nosotros le decíamos que no jodiera más que se las habíamos robado y nos decía ustedes no, no le pudimos hacer entender que sí”

La ganchera y el tambo

Al referirse a la antigua construcción en el inicio del camino hacia punta soberana donde se colgaban los animales faenados, Jacinto relata: “Ese pedazo de tierra se lo dieron a mi papá, en el año 1944 no había como ahora refrigeración había que matar animales para el día; ahí aposentaban los animales y se mataban de acuerdo al consumo de la población. Cuando llego la refrigeración dejabas los animales allí y te los mataban los perros o te los robaba gente cariñosa con los animalitos, les empezaban a hacer caricias de noche y no los veías más” ironiza.

“Eran primordialmente capones, vacunos en invierno porque teníamos frio natural, en verano las vacas se echaban a perder en un rato. Nosotros los íbamos a comprar a la estancia, luego hubo una ley provincial que le obligaba a los ganaderos a entregar un porcentaje de las ventas para el consumo local porque los precios eran buenos vendían todo y no te dejaban para acá. El pueblo lo pagaba a precio de frigorífico, sabes cómo rezongaban algunos, ya estaban arriba de las jaulas y los tenían que bajar; ellos lo cobraban pero en vez del frigorífico les pagaba Jacinto”

A su turno Sergio Zupic cuenta sus experiencias con el tambo, patrimonio de la ciudad que se encuentra camino a Nimez.

“Habían tres vacas en el invierno para repartir leche, teníamos un potrero cerrado en la laguna de Nimez, el reparto de leche lo hacíamos a pie antes de ir a la escuela, teníamos que ir con un chaleco, dos botellas de leche de cada lado, la dejábamos y a la salida de la escuela recogíamos los envases, se pagaba a fin de mes. Todos pagaban”.

También contó cómo se llevaba el agua por intermedio de las acequias hasta la chacra donde se producía alfalfa, papa, repollo, nabos.

“Había una quinta completa para proveer al pueblo y a los estancieros un día dije yo no ordeño más vacas, se vendieron y ahí comenzamos a producir más fardos de pasto duplicando la cantidad”

¿Qué extrañan de aquel pueblito?

J. G. “Yo no extraño prácticamente nada, porque fui creciendo junto con El Calafate, lo que iba viniendo lo iba asimilando , no es que yo llegué ahora y me encuentro con todo esto, yo llegué cuando no había nada y voy acompañando el proceso”

¿Este era El Calafate que soñaban?

J. G. “Lo que podíamos esperar nosotros fue superado y estoy muy contento que haya sido así, estamos viviendo otro momento en todo sentido, transporte, hospital, caminos,  para el lado que mires tenemos de todo”

S. Z. “Hay mucho asfalto, antes era todo ripio, barro, había un aeropuerto al que llegaba un avioncito chiquito, ahora hay tremendo aeropuerto, todo cambió mucho, hay gente que me saluda y yo no sé quién es”